La doble vida de Mark Reay, el fotógrafo de moda que sobrevivió seis años durmiendo en la calle
Ompoluto, con traje y un par de zapatos de buen aspecto, Mark Reay habla por su teléfono móvil o paga con su tarjeta de crédito. Son gestos cotidianos recogidos en el documental sobre su vida que se presenta este jueves en el Festival Urban TV, en Madrid.Estas acciones parecen concordar con la vida de un neoyorkino de 52 años, fotógrafo de moda, además de actor —pequeños papeles en Sexo en Nueva York o en Men in Black 3— y modelo. Sin embargo, el contraste llega al caer la noche porque Reay, pese a desenvolverse en ese mundo de glamour, es en realidad un sintecho.
Durante seis años, como muestra el documental Homme Less, sobrevivió sin tener una casa en la que refugiarse, colándose para dormir en la azotea de un amigo sin que éste lo supiera. El dinero que ganaba con sus trabajos esporádicos no le alcanzaba para un alquiler, pero sí para costear la cuota de un gimnasio en el que además de ejercitarse, se aseaba, lavaba su ropa y guardaba sus pertenencias.
Debido a su buen aspecto, nadie sospechaba de esta doble vida. "No me importaba llevar la misma ropa día tras día [...] Simplifiqué mi vida", cuenta a El Huffington Post. El documental, dirigido por Thomas Wirthensohn, refleja algunas de las artimañas a las que recurría para que ningún vecino del edificio reparara en él, como fingir que hablaba por el móvil cada vez que se cruzaba con alguien para evitar que entablaran conversación con él y le preguntaran de qué piso era.
INGENIO PARA SOBREVIVIR
La creatividad fue una de sus mejores armas para sobrellevar esa vida. Recuerda que un día se encontró con que habían cerrado la puerta de la azotea y no podía salir. "Sabía que mi amigo, que vivía en el quinto piso, llamó un día a la lavandería que había abajo para que le subieran la colada", explica. Por fortuna, había guardado el número de teléfono y pudo pedir, haciéndose pasar por vecino, que subiera un empleado para así escapar del encierro.
En esos seis años, cree que nadie se percató de su presencia, ni siquiera los operarios que de cuando en cuando trabajaban en los tejados. Tampoco algún vecino con el que esporádicamente estuvo a punto de toparse en su guarida. Cuando eso ocurría, le tocaba volver corriendo a la calle y esperar hasta que se hubieran ido. "¡Eran muchos escalones!", se ríe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario